Basta un paseo por el centro de la capital belga para darse cuenta del carácter cosmopolita erigido en forma de torre de babel sobre el que se asienta Bruselas. Lógicamente, esto se extrapola a las costumbres de las distintas comunidades étnico-religiosas que residen en la ciudad. Qué mejor manera de descubrir las vicisitudes de una sociedad que probando su comida, pasando el trago con un vino, cerveza u otra bebida espirituosa diferente a la que normalmente cada uno está acostumbrado.

Al llegar, todo turista bien avenido pregunta por los mejores sitios de la ciudad para degustar los moules más sabrosos, las frites más conocidas o las cervezas belgas más exclusivas. A veces se tiende a sobredimensionar la fama de los sitios más reputados, restando calidad (sin desmerecer los anteriores) o concediendo pocas oportunidades a locales con comida de calidad o productos innovadores que luchan por abrirse paso.

Por ello, además de ir a Chez Leon para probar degustar sus moules, quizás podamos probar Le Zinneke (en el barrio de Scharbeek), uno de los exponentes locales además del movimiento Slow Food que se abre paso en muchas ciudades europeas. No hay duda de la merecida fama de las Frites de Maison Antoine en Place Jourdain, pero quizás podemos darle una oportunidad a Café Georgette en Rue de Bouchers. Finalmente, está claro que con las más de 2.000 cervezas en carta del Delirium no se puede competir pero si huyes de espacios concurridos pásate por Halles St Gery si quieres hablar con pausa, cambiando al Bar des Amis o Le Corbeau si quieres mayor animación.  ¿No te convencen los estereotipos? Dále una oportunidad a la cocina belga y déjate caer por restaurantes como La Fin de Siecle (con tres restaurantes repartidos por la ciudad), Le Monde est Petit o Le Jardin de Nicolas (en el barrio de Woluwe Saint-Pierre).

¿No te ha convencido la comida del país? Será por opciones en Bruselas. Date una vuelta por el barrio de Saint-Gery, Saint Catherine (ambos dentro del Pentagone de Bruselas- el centro histórico de la ciudad al lado de la Bolsa y Grand Place)  por Saint-Boniface (en el entorno de Porte de Namur), Place Jourdain o Place Flagey y prueba especialidades de cocina tailandesa, argentina, india, iraní, etíope amén de otras escuelas culinarias con mayor representación histórica como la griega, italiana, española o francesa.

Si buscas algo diferente, una nueva experiencia, tal vez des con la tecla con la Tram Experience. Se trata de un viejo tranvía de la ciudad, decorado con gusto y reconvertido en restaurante rodante que transita por diferentes barrios de la ciudad, mostrando al comensal algunos rincones con encanto de la ciudad. No obstante, deberás rascarte el bolsillo, pues la experiencia no está al alcance de todo el mundo, puesto que su precio (en la versión estándar)  ronda los 100 € por comensal con una degustación de 3 entrantes, 3 platos principales y postre, acompañado por buenos caldos.

Para terminar, si quieres algo más económico a la par de novedoso, créate un perfil en Bookalokal (“Reserva un local”), sitio web de economía colaborativa en el sector culinario en el que particulares ofrecen sus locales e incluso sus propias viviendas en aras de preparar cenas selectas, comidas exóticas o talleres de cocina o coctelería para aquellos que estén dispuestos a pagar precios que oscilan (en la mayoría de los casos) de 10 a 35 € por una experiencia diferente a la de compartir mesa en un restaurante. Trilla tus preferencias según lo que quieras probar: vegana, orgánica, kosher, halal, sin gluten, de un país u otro…

¿Todavía no estás en la mesa? Bon appetit!

Un artículo de Francisco Javier Royo para CEXT

Fotografía: Moules frites. (Fuente: Wiki Commons)