Cultura

Johannesburgo (República de Sudáfrica)

El Hotel de Inmigrantes de Buenos Aires, un punto de partida para la construcción de la sociedad argentina

24/05/2016

Durante alrededor de la primera mitad del siglo XX por aquí pasaban todos los inmigrantes que llegaban a Buenos Aires. Parece casi una exageración al mirar las paredes de blancas perfectamente desinfectadas, pese a los cajones llenos de pasaportes y antiguos documentos migratorios o los viejos camastros y maletas que atestiguan que en algún momento este edificio sirvió como centro articulador de la construcción de la sociedad argentina. Convertido hoy en el Museo de la Inmigración, el antiguo Hotel de Inmigrantes se levanta aún a la orilla del Río de la Plata, mirando desde una cara a las aguas por las que navegaron centenares de miles de personas en busca de un futuro mejor y, desde la otra, a los imponentes rascacielos del moderno Buenos Aires.

Se trata de un edificio simple, poco llamativo arquitectónicamente: cuatro pisos, hormigón armado y grandes ventanales hacia el jardín. Abajo estaba el comedor, la cocina… arriba los dormitorios, cuatro por piso, con capacidad para 250 personas cada uno, 3.000 en total. Cuando los inmigrantes bajaban de los barcos, el Hotel se convertía en el primer “check point” migratorio, donde además podían alojarse hasta 5 noches a cuenta del Estado argentino, que promovía la llegada de extranjeros. Hoy, los dormitorios albergan exposiciones sobre el fenómeno de la migración que nos cuentan cuándo llegaron, cómo llegaron y qué fue de las vidas de los miles de españoles, italianos, polacos, alemanes, etc., que hoy componen el mosaico de la sociedad argentina.

“Nunca estuvo lleno del todo porque cuando se inauguró, a los pocos años estalló la Primera Guerra y cayó la cantidad de gente –explica a Cext Marcelo Huernos, responsable de Investigación y Producción de contenidos del museo, de pie en medio de uno de esos antiguos dormitorios– Después se recuperó pero con la crisis de 1930 cayó otra vez en picado: no se permitía la entrada, aumentaron las condiciones para entrar al país… Aunque Argentina siempre tuvo la ley y la práctica supuestamente de puertas abiertas”.

“En los años 30 había que mostrar un contrato de trabajo, pero eso era fácil de ‘truchar’ (falsificar), cualquiera que tenía un conocido o un familiar le podía hacer uno. La mayoría de los refugiados, tanto los judíos, como los republicanos españoles como los antifascistas españoles venían así, ayudados por amigos, parientes, que les hacían un contrato para que pudieran entrar…”, prosigue Huernos.

Los inmigrantes se despertaban temprano, desayunaban café o mate con pan y mientras los hombres salían a buscar trabajo, las mujeres trabajaban en la lavandería y cuidaban de los niños. También se les servía un almuerzo en el comedor (arroz, guisos, sopa o pastas) y una cena al anochecer, cuando volvían a quedar abiertos los dormitorios.

Funcionó entre 1911 y 1953 y no se sabe a ciencia cierta cuántos españoles cruzaron por sus pasillos. Lo que sí se sabe es que el Museo alberga documentos de la llegada de Federico García Lorca o de la actriz exiliada Margarita Xirgu, junto a otros que prueban, por ejemplo, el paso de Albert Einstein por Argentina. También fotos, una gaita gallega, medallas y otros objetos personales, ya envejecidos, homenajean a la diáspora española, que cuenta con un rincón especial en el Museo, en la muestra itinerante sobre inmigración de España e Italia, los dos países que aportaron mayores contingentes a la sociedad argentina.

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