Vivir en Venecia (Italia) me ha permitido descubrir una ciudad muy alejada del glamour de ‘La Mostra’ y los abusivos precios de la Plaza de San Marco. Un lugar más humilde donde los habitantes trabajan para mantenerse a flote.

Desde los tinteros de Shakespeare y Capote hasta las paletas de Monet y Turner, pocos son los visitantes que resisten a su encanto. Con más de tres millones de turistas al año, “La Serenísima” ocupa el puesto número 45 en el ranking de las ciudades más visitadas del mundo. Esta cantidad es especialmente significativa si tenemos en cuenta que la población residente no alcanza las 60.000 personas. Para terminar la ecuación conviene saber que vecinos y turistas comparten un espacio de 62 km2, de los cuales ocho son de agua. Este baile de cifras ayuda a hacerse una idea de la importancia del turismo en la economía de la ciudad. Todo en Venecia gira en torno a ello, por eso también cabe plantearse: ¿hasta qué punto es Venecia una ciudad habitable para los venecianos?

La sensación que sobreviene al sumergirnos en la realidad más cotidiana de Venecia es la de estar en un pueblo. Todo el mundo se conoce entre sí, todos hablan con todos. La respuesta de la población al volumen de turistas que conquistan sus calles ha sido la cohesión; los venecianos forman una pequeña burbuja dentro de otra más grande. Tal es así, que la integración para la población extranjera requiere un esfuerzo mayor del que podría pensarse a priori. La realidad es que los venecianos “de toda la vida” no reciben a los turistas con los brazos abiertos, probablemente porque sienten que Venecia ha dejado de ser suya. Y es que dos ciudades conviven en un mismo espacio sin llegar a tocarse. Una de ellas es uno de los destinos más visitados del mundo, la otra resiste como puede adaptándose a los nuevos tiempos. Pero las dos son Patrimonio de la Humanidad, y maravillosamente únicas.

Un artículo de Angel Pernía para CEXT