Cultura

BRUSELAS (Bélgica)

Todo empezó con una sonrisa y una canción

26/10/2015

El pasado 20 de agosto, Tallin se despertaba con banderas estonias ondeando en las ventanas. Se cumplían veinticuatro años de la restauración de la independencia del País Báltico y, como no podía ser de otra manera, Estonia lo celebraba cantando. Una serie de conciertos al aire libre se sucedían en las plazas de la capital, en un país donde la música forma parte de la identidad de sus habitantes. Quizás por eso no sorprende que Estonia fuera la única república ex Soviética que consiguió su independencia de forma pacífica, y que además lo hiciera cantando.

“Hasta entonces las revoluciones se caracterizaban por la destrucción, la violencia y el odio. Nuestra revolución comenzó con una sonrisa y una canción”. Así ilustraba el activista Heinz Valk las manifestaciones de junio de 1988 en el Campo de las Canciones de Tallin. Allí la gente se reunía de forma espontánea para entonar temas patrióticos prohibidos por el régimen soviético para reivindicar la independencia del país. Su artículo titulado ‘La Revolución Cantada’ y publicado en el mismo año, dio nombre al movimiento independentista que tuvo lugar no solo en Estonia, sino también en Letonia y Lituania, y que culminó con la restauración de la democracia en los países bálticos.

Sin embargo, en Estonia, el uso de las canciones como signo de identidad nacional viene desde mucho antes de la ocupación soviética. Con una de las colecciones de música folklórica más grande del mundo, ya en el siglo XIX el País Báltico era famoso por haber participado en numerosos festivales de la canción alrededor del globo. En 1869, comienza el movimiento nacional de este país y junto a él nace en la ciudad de Tartu el Festival de la canción estonia o Laulupidu. “El festival de la canción constituye una parte fundamental de la identidad de los estonios”, afirma Maris Hellrand, de la Fundación Laulupidu, “porque así es como la población empezó a identificarse como nación en el siglo XIX, y esto supuso mas educación, mas cultura y una idea definida del concepto nacional, que llevó a Estonia a crear su propio estado en 1890”.

Con la ocupación soviética de Estonia tras la Segunda Guerra Mundial, Stalin vio en las aglomeraciones del Festival de la canción un caldo de cultivo perfecto para la propaganda, y en 1947 se celebró en Tallin el primer Laulupidu bajo dominio ruso. “Las autoridades soviéticas habían cambiado el repertorio y habían introducido cada vez más himnos de propaganda. Incluso pusieron coros de soldados soviéticos para cantar sus propias canciones”, afirma Maris Hellrand. Pero todo dio un giro en el festival de 1969. Al acabar el evento, el coro empezó a entonar de forma espontánea el tema patriótico en letra estonia: ‘Mu isamaa on minu arm’ (mi patria es mi amor) apoyado por la multitud. Los autoridades soviéticas, sentadas en primera fila, le ordenaron a la banda militar que acallara el canto, pero no fue posible. Tras unos momentos de duda, el director decidió subir al escenario para dirigir la orquesta. “Tuvo que ser un momento muy fuerte”, opina Hellrand, “hasta para el régimen más autoritario tiene que ser difícil justificar el hecho de disparar a 20.000 personas que están cantando. De alguna manera, fue un límite que no pudieron cruzar”.

De ahí en adelante, el objetivo fue cantar esa canción. “En cada Laulupidu había un repertorio de canciones que nos obligaban a cantar, pero las cantábamos solo para entonar al final ‘mu isamaa on minu arm’», recuerda el ahora director de orquesta Raul Talmar, que participó por primera vez como cantante en ese Laulupidu de 1969, con tan solo diez años de edad. “Yo apenas recuerdo ese momento, era la primera vez que me subía a un escenario y estaba impresionado por la inmensidad del evento. Mis padres me explicaron lo que ocurrió y algunos años después pude entender esa lucha entre los cantantes y las autoridades por mí mismo”.

La semilla sembrada en 1969 acabó de germinar en 1988, al calor del glasnost y la perestroika proclamados por Gorvachov. Las tímidas concentraciones se propagaban por toda Estonia y la noche del 19 de Junio de 1988, en un concierto en el casco histórico de Tallin, los cantantes empezaron a entonar himnos patrióticos, apoyados por los espectadores. Las autoridades obligaron a la gente a abandonar el centro de la ciudad y la multitud decidió trasladarse al Campo de las Canciones para seguir cantando. Allí, alguien agitó la bandera estonia. A esa noche siguieron muchas, en las que la gente se reunía allí de forma espontánea para cantar. Fue el inicio de lo que ha pasado a la historia como la ‘Revolución Cantada’.

“Cada noche venía más gente”, rememora Maris Hellrand, “incluso directores de coro llegaban para dirigir a cantantes profesionales. Gracias al Laulupidu, gran parte de la gente joven que nos reuníamos allí conocíamos las canciones tradicionales. Lo recuerdo como un subidón de adrenalina, porque sentíamos que estábamos formando parte de un gran cambio”. Con ella coincide Raúl Talmar: “Lo que sentí durante esos conciertos era algo más que música, algo muy poderoso a nivel físico. Echando la vista atrás pienso que fue muy ingenuo e infantil, pero muy verdadero a la vez”.

Las noches en el Campo de las Canciones dieron paso a distintas manifestaciones para reivindicar la independencia de los países bálticos. Una de las que tuvo más repercusión fue una cadena humana en la que dos millones de personas se unieron de las manos desde Tallin hasta Vilnius (Lituania) el 23 de Agosto de 1989. Dos años después, los tanques soviéticos tomaron las calles de Estonia en un intento de sofocar la revolución. El parlamento convocó una sesión extraordinaria y finalmente el País Báltico proclamó su independencia el 20 de agosto de ese mismo año, siendo Estonia la única ex república soviética que consiguió la soberanía sin derramar ni una gota de sangre. “Sin duda la música ayudó, pero el resultado final fue un conjunto de circunstancias”, opina Hellrand. “Cuando los tanques tomaron las calles, pudo haber estallado la violencia. Creo que la forma pacífica por la que nos independizamos tuvo más que ver con la personalidad de los que estaban en ese momento en el gobierno”.

No importa que haga sol, llueva o granice. Cada cinco años, más de 21.000 personas se reúnen para cantar juntas, el primer fin de semana de julio, en el Campo de las Canciones de Tallin. El último festival, celebrado en 2014, reunió a más de 40.000 cantantes y 300.000 espectadores. En el próximo Laulupidu, que tendrá lugar en 2019, Estonia soplará 150 velas de un evento hoy considerado patrimonio cultural inmaterial por la UNESCO.

 

Foto: Fundación Laulupidu

 

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