Gastronomía

Buenos Aires (Argentina)

Costumbres españolas que sorprenderán a tus amigos extranjeros: el amor por los bares

08/09/2015

“Bares ¡qué lugares! Tan gratos para conversar…” En los años ochenta Gabinete Cagliari ya homenajeaban a estos lugares-refugio que constituyen el segundo hogar de muchos españoles. No en vano España es el país de Europa con más bares por habitante. Nuestros bares patrios cuentan con una idiosincrasia muy particular compuesta por una sinfonía de máquinas tragaperras, banderillas y platos de equipos de futbol. Por no hablar del suelo tapizado a base de papeles de servilletas, cáscaras y palillos que hará que cualquier extranjero se sorprenda la primera vez que entre en uno de nuestros bares. Si lo analizamos fríamente podemos incluso llegar a entenderlo.  Pero luego recordamos esa regla no escrita que afirma que cuanto más sucio esté el suelo de un bar, mejor es, y volvemos a relajar nuestra rigidez moral.

Hay quien afirma que toda historia que valga la pena contar comienza en un bar.  Los bares sirven para dinamitar los imposibles y por eso nos reunimos en ellos cuando decidimos arreglar el mundo con un amigo. Aunque luego nuestro discurso se diluya entre cervezas. Los bares nos gustan porque son la excusa perfecta. Para reunirnos, para conversar, para compartir. En España sucede algo que no ocurre en casi ningún otro lugar del mundo. Desde las siete de la mañana hasta las dos o tres de la madrugada hay unos locales permanentemente abiertos donde se puede acudir, solo u acompañado, a buscar algo de calor. Tienen la capacidad de unir entre sus muros a todo tipo de gente. El adolescente con la camiseta de Extremoduro ríe a unos metros de ese parroquiano que lleva acudiendo, invariablemente día tras día, desde hace cuarenta años. A unos metros, una moderna devora un plato de patatas bravas como si no hubiese un mañana.

Porque no podemos olvidarnos de las tapas. Las maravillosas tapas. No hay palabras que describan la sensación de desasosiego que siente un español la primera vez que acude a un bar en el extranjero y que constata con una resignación triste y sorda que su cerveza o su cocacola no va acompañada con nada. Ni unas patatas fritas, ni unas tristes aceitunas. La bebida no sabe igual, de verdad. En estas situaciones no podemos sino evocar con nostalgia raciones de huevos rotos, boquerones en vinagre, patatas alioli, chopitos o pescaíto frito andaluz. Y es que solo Andalucía tiene más bares que Dinamarca, Irlanda, Finlandia y Noruega juntas. Eso explica que cuando vivimos en el extranjero tengamos que acostumbrarnos a tener que recorrer cientos de metros antes de encontrar un establecimiento donde poder sentarnos a comer o beber algo en compañía de una buena charla. Aunque merezca la pena cuando ésta sea con un amigo extranjero al que le intentemos explicar, sin éxito, el porqué de nuestro amor exacerbado a los bares, que puede resumirse con un verso de la famosa canción de Gabinete Cagliari.“No hay como el calor del amor en un bar”.

Una información de @mdecastroramos para CEXT

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